¿Qué tiene que ver el Jordán con usted?
El río Jordán, que nace en el monte Hermón y desciende hasta desembocar en el lugar más bajo del planeta, nos enseña algo extraordinario sobre una actitud que debemos tomar. Descúbralo
No importa cuántos avances científicos y tecnológicos hayamos vivido y disfrutado, aún hay algo que no se ha creado en los laboratorios o fábricas: el agua. Ese elemento tan esencial para nuestra supervivencia tiene una fórmula muy conocida: dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno formando la molécula de H2O, que proviene única y exclusivamente de la naturaleza creada por Dios.
Gran parte del agua apta para el consumo proviene de los ríos. La mayor extensión y volumen de agua se encuentra en suelo brasileño, en el Amazonas, pero también hay un río mucho menor en tamaño, pero de mayor importancia y significado: el Jordán.
Mencionado decenas de veces en las Sagradas Escrituras, el Jordán nace en el monte Hermón, a más de 2.800 metros de altitud, y debido a la confluencia de tres ríos: el río Hasbani, el río Dan y el río Bania, en el norte de Oriente Medio, entre Siria y el Líbano. Cuenta con 200 kilómetros de extensión, buena parte de su curso delimita la actual frontera Israel y Jordania, mientras sus aguas fluyen pasando por el valle de Jule, en Israel, y crean el pequeño lago de Merom.
Sigue su curso 20 kilómetros hasta converger con el mar de Galilea, también denominado lago de Tiberíades, y desciende hacia el sur de la región más de 100 kilómetros hasta desembocar en el mar Muerto, en el desierto de Judea. Ese recorrido, que va desde el mar de Galilea hasta el mar Muerto, es denominado “bajo curso del río Jordán”, y atraviesa una región conocida como valle del Jordán.
Debido a la altitud de las áreas que atraviesa, el río Jordán es clasificado como el río más bajo del mundo. Aun así, es importante destacar que el Jordán es fundamental para gran parte del abastecimiento hídrico de Israel, de Siria, del Líbano y de Jordania.
A pesar del clima desértico, este río permite el desarrollo de la agricultura local y del turismo, consecuencia de su importancia histórica.
¿COLABORADOR O PROTAGONISTA?
A pesar de que el Jordán se encuentra en una región desértica, muchas de sus partes siguen siendo exuberantes y aún es visto «… como el huerto del Señor…» (Génesis 13:10). Diversos milagros y momentos decisivos registrados en el Texto Sagrado tuvieron lugar allí, tanto en sus márgenes como en sus aguas. El río Jordán simboliza una nueva vida, un antes y un después. Se trata de un lugar célebre, donde fue, por ejemplo, registrada la cura de Naamán.
La Biblia relata que el capitán del ejército de Siria era un hombre destacado, pero tenía lepra (enfermedad infecciosa que causa erupciones cutáneas). Es importante recordar que, en aquella época, el portador de ese padecimiento era considerado impuro (Levítico 13:43-44) y que este mal indicaba que la persona podía estar lidiando con un castigo Divino (Números 12:9-10).
Cuando la sierva de la esposa de Naamán reveló que en Israel había un profeta capaz de restaurar su salud, él le contó al rey de Aram, quien le envió una carta al rey de Israel pidiéndole que sanara a su siervo.
Fue cuando Eliseo, profeta en Israel, le envió a Naamán un mensajero que le dijo: «Ve y lávate en el Jordán siete veces, y tu carne se te restaurará, y quedarás limpio» (2 Reyes 5:10). Naamán se enfureció porque esperaba que el propio profeta saliera a su encuentro y clamara por su purificación, en vez de mandarlo a sumergirse en un simple río.
“Pero sus siervos se le acercaron y le hablaron, diciendo: Padre mío, si el profeta te hubiera dicho que hicieras alguna gran cosa, ¿no la hubieras hecho? ¡Cuánto más cuando te dice: ‘Lávate, y quedarás limpio’!” (2 Reyes 5:13).
Entonces, Naamán fue humilde, se despojó de su orgullo, bajó al Jordán y se sumergió siete veces en las aguas del río. ¿Y cuál fue el resultado? La respuesta está en 2 Reyes 5:14-18:
“… Conforme a la palabra del hombre de Dios (…) su carne se volvió como la carne de un niño pequeño, y quedó limpio. Y regresó al hombre de Dios con toda su compañía, y fue y se puso delante de él, y dijo: He aquí, ahora conozco que no hay Dios en toda la Tierra, sino en Israel”. 2 Reyes 5:14-18
El acto de “bajar” no le concedió a Naamán la cura deseada, ni una piel limpia, ni siquiera una señal de su cura, sino la oportunidad de reconocer el poder del Altísimo, lo que provocó que se arrepintiera de sus pecados, que Le pidiera perdón al Señor y, aún más, que dejara a sus dioses para servir exclusivamente al Dios invisible.
Y eso es lo que debemos hacer, como se relata en las anotaciones del obispo Edir Macedo en la Sagrada Biblia: “Todos precisan ´bajar´, o sea, tener la humildad de obedecer a lo que Él dice, y creer, si quieren disfrutar de Sus promesas. La mayor conquista de Naamán no fue la cura de la lepra, sino la Salvación que alcanzó al convertirse al Señor”.
Otro de los hechos extraordinarios que protagonizó el Jordán fue la entrada de la nueva generación hacia la Tierra Prometida.
EL MAYOR MILAGRO PERPETUADO
El pueblo hebreo salió de Egipto y atravesó el mar Rojo como señal de una nueva vida, sin embargo, caminó 40 años por el desierto a causa de su incredulidad, su desobediencia y corrupción, lo que provocó que muriera allí. La nueva generación que entró a la Tierra Prometida, esta vez, tuvo que atravesar el río Jordán.
Nuevamente, el Jordán en el centro del gran milagro, ya que las aguas que venían de arriba se detuvieron y la parte que descendía se cortó completamente. Dios dividió las aguas del río para que el pueblo pudiera caminar por tierra seca.
Una vez más, ocurre un bautismo, definitivamente el pueblo entraría a una nueva vida, una señal de que se convertiría en el lugar de un bautismo perpetuo.
Siglos después, Juan el Bautista predicaba a las orillas del Jordán y allí bautizaba a los que se arrepentían y deseaban vivir una nueva vida. Fue donde también anunció:
“Yo a la verdad os bautizo con agua para arrepentimiento, pero el que viene detrás de mí es más poderoso que yo, a quien no soy digno de quitarle las sandalias; Él os bautizará con el Espíritu Santo y con fuego” (Mateo 3:11).
El bautismo en las aguas, en otros tiempos, era visto como un ritual religioso para los nuevos convertidos, pero Juan el Bautista le dio un nuevo significado a ese acto como símbolo de que se dejaba la vieja vida para iniciar una nueva.
Otros de los comentarios del obispo Edir Macedo en la Sagrada Biblia describe que quien se bautiza está mostrando su arrepentimiento y su sincero deseo de tener una nueva vida con Dios. Eso muestra que no basta con obedecer los rituales religiosos, la fe exige una verdadera conversión. En otras palabras, el acto público de pasar por las aguas solo tendría el poder transformador si fuera acompañado del arrepentimiento de las malas obras y del íntimo deseo de cambiar la manera de pensar, de vivir y de actuar. Estos requisitos prueban el querer auténtico de volverse una nueva criatura.
De esta manera, el escenario de tantos milagros y del cumplimiento de tantas promesas también presenció un momento singular: el bautismo del Señor Jesús y el inicio de Su ministerio (Mateo 3:13-17). El Hijo de Dios no necesitaba bautizarse en las aguas, pero Él descendió al río Jordán para darnos Su ejemplo y marcar la muerte de la vieja criatura para la nueva vida.
Por este motivo, el río Jordán representa el paso que todos atraviesan para iniciar la caminata de la fe.
ORIGEN DE SU NOMBRE
El río Jordán significa “descender” justamente porque fluye siempre río abajo. La palabra Jordán proviene del hebreo Yarden o “lugar donde se baja”. Con el paso del tiempo, se denominó, en griego, Iordanes, posteriormente Iordan, hasta finalmente llegar al nombre Jordán, como lo conocemos hoy.
El Jordán nace en el monte Hermón, uno de los lugares más altos de Israel y termina en el mar Muerto, el punto más bajo del mundo. Sí, la orilla del mar Muerto es el punto más bajo de la Tierra, con una altitud de 422 metros.
Espiritualmente, el acto de sumergirse en las aguas representa el comienzo de una nueva vida. Es un acto en el que la persona reconoce sus errores, que necesita ser limpia, y cambiar el rumbo de sus actitudes.
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Obispo Júlio Freitas
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